viernes, 11 de junio de 2021

SORBO DE CAFE - Concurso microrrelatos '130 Historias para no dormir'.

 


¿Noryb?

¿Si?, ¡eh!
¿Noryb?
¡Dios! Las 11:00 pm, ¿Quien es?
¿Hueles lo que lees?
Sin aroma no leo.
Aca, mira, me desvelas.
¿Un sorbo de café?
Clic.


CONCURSO CAFÉ LA MEXICANA - 130 AÑOS

El café nos mantiene despiertos y forma parte de nuestras lecturas. 


Con motivo de nuestro 130 aniversario y coincidiendo con el Día Internacional del Libro el próximo 23 de abril lanzamos este concurso de microrrelatos que hemos llamado '130 Historias para no dormir'.

Un reto que consiste en crear historias de 130 caracteres en las tiene que aparecer, como no, la palabra 'café'.

Versos, rimas, canciones, sentimientos, relatos, historias...háblanos, en pocas palabras, de algo relacionado con el café. 


Link de consulta : https://www.lamexicana.es/blog/concurso-de-microrrelatos-b83.html

El suscrito participó en este concurso con el microrrelato "Sorbo de Café", siendo la ganadora Carmen de La Torre Peña, de España.

Jurados 



Igor Navarro

Escritor, poeta y autor del exitoso poemario interactivo Bisectrices.

     
Marce

Fundador de Gastrorgásmico. Apasionado de los placeres de la gastronomía y el buen café.


 
Avatar Jennifer
Jennifer Bernal Quintana

Creadora del canal de Youtube 'Devora libros' y escritora de la novela 'Una más'.


EL BICICLETERO

 EL BICICLETERO

 

Relato corto publicado en Buenos Aires Argentina, en septiembre de 2013 por la editorial Dragones Voladores, en el marco del concurso “ANTOLOGÍA PROFESOR DI MARCO 2013”. Sobre 540 obras enviadas desde diferentes países, fueron seleccionadas 41.

(Byron Luis Vacca Pertuz – “Candonguero”)

 Se levantó por la mañana a iniciar sus labores cotidianas, ignorando que ese día la vida le iba a dar un vuelco y su gran pena iba a desaparecer para siempre. Su existencia era hueca, sin sentido y descuidada, nada lo motivaba. Sólo los recuerdos que se repetían en su mente, los sueños indescifrables y una foto que colgaba en una pared de su viejo taller, era el bicicletero de la cuadra.

Cada golpe fuerte sobre los metales, cada torsión sobre las tuercas daba cuenta de su deseo de morir, no había espacio en su corazón para la felicidad, sólo la resignación, un año más de vida lo contaba como uno menos para la muerte.

El alboroto que regularmente formaba todas las mañanas, llamaban cada vez más la atención del pequeño Miguel, habitante del vecindario. Particularmente un día sábado, el estrepitoso ruido lo hizo correr ansiosamente hacia el lugar, cautelosamente se fue asomando, aferrando sus manitas al filo de la pared de la entrada de aquel estrecho y sucio taller.  

El viejo bicicletero lloraba, no podía sacar un pasador del eje de centro que soportaban unos pedales, una y otra vez descargaba su ira, refunfuñando entre dientes. Miguel, que observaba atentamente, lleno de compasión, caminó lentamente hacia el pobre viejo. El golpeteo y el llanto no permitieron que se percatara de la presencia del pequeño ser, solo hasta que le tocó sus grandes y callosas manos, en señal de que se detuviera. Alzó su mirada desencajada por la impotencia, sus arrugas cambiaron de sentido al ver el rostro angelical del niño, su insignificante vocecita le hizo caer en cuenta que hacía las cosas mal, estaba golpeando en sentido contrario al pasador y era imposible que saliese.

El bicicletero soltó una carcajada tan fuerte como su golpeteo, lloraba de alegría. Luego se sentó en su banquito de madera.

   ¡Increíble!  cuán torpe he sido al no darme cuenta de mi error, pero tú, cuán bueno eres al no dejar que siguiera en mi obstinación—. Te lo agradezco hijo, mereces un premio por eso, un buen premio—. Mira tráeme esa vieja bicicleta que está en ese rincón—, ¿te gusta? — No, está muy fea y vieja—. Tienes toda la razón, ¿pero si te la arreglo la tomarías? —No sé, ya me tengo que ir, voy a comprar panes y leche para el desayuno, papá se va a enojar—, hasta luego señor.

Salió corriendo en desbandada, se había demorado demasiado en ese lugar—. ¡Niño ven pronto y sueña con tu bici, la pondré hermosa para ti! —  Fue lo último que escuchó a lo lejos.

Pasaron los días y el pequeño no dejaba de recordar las palabras del bicicletero, pero la imagen que tenía de ella no lo animaba a regresar. Una bici era el sueño de su vida.

Miguel acostumbraba una vez culminaba sus tareas, sentarse en la terraza de su casa —. Cierto día, observó a un niño que tenía dificultades para caminar, cojeaba apoyado por unas muletas, al parecer iba rumbo a la escuela, llevaba a cuestas un morralito —. Su inquietud lo impulsó a acercársele y preguntarle qué le sucedía, por qué caminaba así. Una pregunta fuerte pero natural para un niño de su edad.

  De muy pequeño sufrí una enfermedad— respondió.

  ¿Vives muy lejos de aquí?

  Si, un poco, pero me canso demasiado al caminar.

  ¿Sabes manejar bici?

  No, pero me gustaría aprender.

  ¿Cómo te va en el colegio?

  Soy el mejor de la clase—.

Miguel no escatimaba en hacerle preguntas de todo tipo, la mayoría indiscretas.

   ¿Te han premiado por ser el mejor?

  No, le contestó.

  ¿Por qué preguntas tanto?

  ¿Disculpa, mi nombre es Miguel y el tuyo?

   Santiago.

  ¿Me acompañarías a un lugar?

  ¿A dónde?

  No te preocupes solo sígueme.

Salieron lentamente hacia el lugar, a causa del problema de Santiago, durante el trayecto, el niño discapacitado le comentó a su nuevo amiguito sobre su colegio, sus padres, el amor que había entre ellos y lo mucho que le gustaba estudiar, el deseo de llegar ser alguien en la vida —. Su conversación cesó cuando estuvieron frente a la puerta del taller, allí estaba como siempre trabajando, el viejo bicicletero, pero esta vez silbando de alegría y lleno de trabajo.

   Hola señor, dijo el pequeño Miguel.

  ¡Caramba!, a quien tenemos aquí, me alegra verte, pasa hijo, pasa, sabía que vendrías algún día por tu premio —, ¿ajá dime quien es tu amiguito? 

  Señor, él es mi amiguito Santiago y es el mejor de su clase, vengo por mi premio como usted me prometió.

  ¡Qué bien! ¿Tú qué crees, tengo o no lista tu bici?

  Yo creo que sí.

  ¿Por qué lo afirmas?

  Porque usted es muy obstinado, pero tiene un corazón muy grande.

  Ja, Ja, Ja, Ja, sí que eres inteligente, te felicito —, mira hacia allá — ¿cuál crees que es tu bici?

  Todas son hermosas, pero cual es, no la veo.

  Claro que no la puedes ver, porque le faltaba una manito para ayudarla a verse mejor, la tuya es aquella color azul —. ¿Te gusta?

  Es muy linda señor, pero ya no es para mí. 

El bicicletero encogió sus hombros y con las manos expresó su desconcierto. Miguel dirigió su mirada hacia donde se encontraba Santiago. No tuvo necesidad de dar más detalles. Su actitud compungió el Corazón del bicicletero —. Santiago no sabía que sucedía, sus ojos lucían inmóviles y estupefactos—. Miguel le tomó de la mano y le dijo: —  tú mereces un premio ve y tómala es tuya.

El bicicletero quedó mudo ante este gesto del niño, unas lágrimas se asomaron y bajaron por los canales de sus arrugas, tenía el alma partida en dos, no creía lo que estaba viendo —. Santiago no ocultó su felicidad y corrió a buscar su bici “nueva”, pero al montarse se caía una y otra vez —el bicicletero al ver la dificultad de Santiago, aún perplejo, se levantó, tomó la bici le colocó dos rueditas traseras de apoyo y una canasta para que allí pusiese sus libros.

   Nos vamos señor, Dios le bendiga —. Ambos le dieron un abrazo y un beso en la mejilla.  

  Hijos esperen un momento, las lágrimas corrían a caudales sobre su rostro.

Que sucede señor — dijo Miguel.

 — Busca la bici más preciosa que veas en este taller y tómala.

Los ojos de miguel se engrandecieron, indudablemente también quería una, pero era más grande su deseo de dar que el de recibir y por ello había renunciado a ese regalo.

   ¿Puedo escoger cualquiera? — Ya te lo dije.

Caminando muy lentamente se dirigió a una en especial, era muy pero muy hermosa, blanca como la nieve, sus aros resplandecían como la luna, estaba cubierta con especial cuidado por un plástico transparente —. Esa era su elección—. El Bicicletero se estremeció y lloró nuevamente, en su rostro se evidenciaba la emoción.  

   ¿Esa es la que quieres?

  Si- contestó titubeando.

  Pues tómala es tuya, es un regalo de un ángel que está en el cielo para otro ángel que está en la tierra, vayan, manejen con mucho cuidado, estudien mucho, Dios los bendiga.

Se marcharon cantando con mucha alegría —. Él se levantó y caminó hacia el cuadro que contenía una foto vieja, la de un niño que tenía sentado sobre sus piernas, era su hijo.

 Aún desde el cielo sigues haciendo buenas obras, te amo hijo —. Bajó la foto le dio un beso y la volvió a colocar —. La bici que le regaló a Miguel era de su único hijo, que hacía muchos años había fallecido. Motivado por un sueño que había tenido con él, la había reparado y guardado en un lugar especial de su taller.

 

 

Fin

LAS AUYAMAS DE SERAPIO

 


Serapio corría sobre el muro de bloques de cemento de diez centímetros de ancho, tan hábilmente, que parecía volar, nadaba entre marejadas de viento, era un felino diestro; se sentía libre y audaz. El sol canicular del Tucán —, como se llamaba el barrio de Soledad, Atlántico—, abrazaba su existencia y mojoseaba su piel. 

Descansaba bajo las ramas de árboles de uvito que crecían pegados a la pared, luego bajaba con sus amigos Omar, Nando, Armando, Chil, Monín y Los Monitos; a recoger auyamas silvestres que metían en un saco o bolsa que encontraba en un solar ubicado sobre la autopista al aeropuerto de la localidad. Presentarlas como ofrenda por su tardanza a casa, los eximia de sanciones sabor a encierro, lavar la loza y pasar el trapero y prohibición de programas preferidos; en fin, los expiaba de pecados preadolescentes. 

El tiempo transcurría velozmente, eran las 2:00 pm, sus padres preocupados, iniciaban la danza de los “asoma cabezas” en las terrazas. Salían de a pares con los brazos cruzados o en forma de jarra.

    ¿Dónde estarán esos muchachos?  

 Caminaban las calles gritando sus nombres, como si estuvieran explorando en un bosque sin ecos —. Ellos, eran muy traviesos, graciosos, alegres, serviciales y llenos de ocurrencias, en fin, los querían mucho en la cuadra.

 Ya de vuelta, Serapio y sus amigos iniciaron la travesía acostumbrada desde el Tucán, pasaron Salamanca, Santa Inés hasta llegar al Hipódromo; se turnaban la pesada carga, su lomo fue el último en doblegarse.

 Serapio, quien tenía unos padres con carácter fuerte, llegó hasta el borde de la pared de la casa de los señores que llamaban Los Pescaítos, se asomó y los divisó a lo lejos, sentados en la puerta de su casa meciéndose en las mecedoras de hierro y plástico —. Chito el del afro, vecino de los pescaítos, dio la partida con sus manos, Serapio, sin pensarlo, corrió pegado a las jardineras de las casas vecinas. Serapio sabía, conforme se mecían así eran sus ánimos —. Esta vez, ellos, con sus manos colocadas sobre los braceros y el impulso fuerte que daban con la punta de los zapatos, pusieron en alerta al niño de once años—. Esto lo obligó a pensar la estrategia y lucir sus dotes creativas sobre excusitis y salidas geniales, que muchas veces no daban frutos, por la sagacidad de sus progenitores, ya advertidos de sus invenciones e historias fabulísticas. 

   ¡Papá, mamá! auyama pa´ las sopas —. Giraron sus cabezas al mismo tiempo y enfocaron con precisión de halcones, la figura de Serapio bajo el sol candente, quien a cuestas traía el bulto de Cucurbita Moschata; se miraron y acordaron el plan.

   ¿Mijito, dónde estabas?

   Papá por ahí, pero, mira lo que traje.

   ¡Auyamas, que bonitas! — ¿Cuantas trajiste?

   No sé, muchas creo.

   Tráelas y contémoslas, tal vez regalemos algunas a los vecinos.

   Siiii — ingenuo Serapio contestó — pensó su coartada había funcionado.

 Sólo bastó aproximarse a su padre unos cuantos centímetros, para ser agarrado por su mano atenazada —, mientras con la otra asió el saco quitándoselo a Serapio, luego lo pasó hábilmente a su mamá Aidina, quien infringió la sanción justa y merecida, ocasionada por su desobediencia y ausencia durante toda la mañana.

 Serapio observó de lejos, como papá Pin lanzaba el saco de auyamas contra el pavimento, en medio de la calle —. Se escuchaba su canto airado y cadencioso:

    ¡AUYAMA PA LAS SOPAS, AUYAMA PA LAS SOPAS! Mi hijo trajo pa´ el barrio, ¡auyama pa´ las sopas!

   No las vendo, yo las regalo—, ¡auyama pa´ las sopas!

   ¿Quién las encargó? — No las vendo, ¡auyama pa´ las sopas!

   Pobre Serapio, mi hijo —, ¡auyama pa´ las sopas!

Así es, Serapio estaba triste, sus lágrimas corrían, no por el castigo recibido, sino por lo que significó el esfuerzo de traerlas, ya no las veía como la excusa, sino, el dolor por lo perdido, por faltarle a la verdad y la obediencia. 

Papá Pin, nunca las botó, no las despedazó, las regaló en parte a sus vecinos y con una se quedó, no para sopas, sino, para crema; que hacía mamá con mucho amor. 

¿Qué sucedió con Omar, Nando, Armando, el Chil, Monín y Los Monitos? 

    Todos sabemos trapear, cocinar y muchas cosas más —. Después vinieron patillas, melones, hasta peces del brazo del río magdalena.

PLUTO MORDIDA LA LECCION

 


Pluto nació esponjoso y juguetón, tenía el espíritu de cirquero y bravucón, era un Pastor Alemán y pasó a ser una buena mascota, corría el año 79. Por quehaceres y obligaciones, lavar su reducido espacio de vida, de nueve metros cuadrados, era orden semanal de nuestro padre; pues, muy bonito tenerla; pero vaya y manténgala —. Detergente con agua preparé —, de un salto brinqué la barda de bloques de cemento, caí justo entre el perro y la manguera de PVC color verde, nos enredamos junto al tanque metálico de agua donde acopiábamos el preciado líquido , en medio del remolino, sentí los mordiscos en mis manos, la sangre brotaba.

   ¡¡¡Mamá, mamá!!!

   ¡Segundo, el niño! — ¡Pluto lo mordió!

Los gritos de mamá alertaron a papá, a quien vi volar por los aires, era mi héroe al rescate —, al ver mis manos sangrantes, lo mordió fuertemente, no el perro, mi progenitor al can —. Pluto retrocedió atemorizado cuatro patas atrás —, él lo entendió y pude terminar mi labor —. Siguieron las semanas—, al escuchar la voz de papá, Pluto iba a su lugar, guardaba la distancia, su cola se movía, en muestra de respeto y paz. 

   Conveniente es, "morder" bien la primera vez, luego resta hablar—. Ha pasado mucho tiempo , hablar me ha sido suficiente, después de una buena “primera mordida” a cada “pluto” de la vida, no con dientes y desenfreno, con sabiduría e inteligencia, sin voz destartalada, sino, suave y preparada.

Pluto, recordamos tu partida.


FIN